Un ambiente raro, espeso, entre la calima y el sopor, contagió la tarde, la corrida, el espíritu de los toreros y a Dios bendito que pasase por allí. Una vulgaridad infinita, pueblerina, de gache grande. Un “¡viva el alcalde de Pepino!” la definió como si fuera una película del realismo italiano. A última hora, los […]