Lenta la sombra ha ido eclipsando el ruedo.
Ya grada a grada va a colmar la plaza.
vino triste de sombra, vino acedo
tiñe ya casi el borde de la taza.
tiñe ya casi el borde de la taza.
Fragilidad, silencio y abandono.
Cobra el gentío un alma de paisaje
mientras siente el torero hundirse el trono
y apagarse las luces de su traje.
¿Y para qué seguir? La gloria toda
no redime un azar de aburrimiento.
Lo mejor es dormir –ancha es la boda-
Largo y horizontal a par del viento.
Un lienzo vuelto, una última voz –toro-,
un gesto esquivo, un golpe seco, un grito,
y un arroyo de sangre –arenas de oro-
que se lleva –ay, espuma- a Joselito.
José, José, ¿por qué te abandonaste
roto, vencido, en medio a tu victoria?
¿Por qué en mármol aún tibio modelaste
tu muerte azul ceñida de tu gloria?
Cinta ya fugitiva, nada vive
de tus claros millares de faenas.
Y resbalan memorias en declive
igual que de las manos las arenas.
Los quince años, espigado tallo,
juego y donaire y esbeltez gitana.
Un nuevo Faraón –cresta de gallo-,
ágil la línea y fresca la mañana.
Y una tarde –heredada prenda, el ángel-
aquel beso en la frente decisiva
El quiebro repetido, el par al sesgo
o en diametral oposición forjado,
dibujando en la arena, a flor de riesgo,
un radiante teorema entrecruzado.
Y la embriaguez, tú con el bruto a solas,
olvidado de Dios y de la vida,
hasta triunfar sobre las ciegas olas
del corvo instinto la invisible brida.
Y las órbitas rojas de los pases
ceñidas siempre en torno a tu cintura,
y el fulminar tu espada en tres compases
una vida burlada en escultura.
La lidia toda, atada y previsora,
sabio ajedrez contra el funesto hado.
Gesto de capitán, cómo te llora
la cofradía del aficionado.
Y todo cesó, al fin, porque quisiste.
Te entregaste tú mismo; estoy seguro.
Bien lo decía en tu sonrisa triste
tu desdén hecho flor, tu desdén puro.