Refieren que un mono sabio,
con pertinaz insistencia,
molestaba á Lagartijo
para que le permitiera
torear; pero el maestro
juzgándolo una imprudencia,
daba siempre al pobre chico
la callada por respuesta,
privándole de ganarse
un puñado de pesetas. 1
El atrevido muchacho
no desistió de su empresa;
pues si el maestro era terco,]
el chico, que era muy pelma,
vio á un amigo del Califa,
que le escucha y le aconseja
que persista en su proposito
y que en la ocasión primera
suplique al célebre diestro
que á su pretensión acceda,
y que será cosa fácil
conseguir lo que desea,
si se lo pide, invocando
la memoria de su abuela;
porque la amó tanto en vida
que á nadie un favor le niega
si al pedirlo, lo pidiere
por la gloria de la muerta.
Más alegre que unas Pascuas
salió el muchacho de aquella
visita; vio á Lagartijo,
y le habló de esta manera:
«Zeñó Rafaé, le suplico
que tenga benevolencia;
sáqueme usté á torear
una tarde tan siquiera;
mire usié que se lo pido
por la gloria de su abuela.„
Vertió una lágrima el diestro,
según los amigos cuentan,
y contestó al pretendiente:
«mañana mismo toreas,
y… hasta matarás un toro,
ti el toro no te revienta…
Llega el momento terrible;
coje el chico la muleta
y el estoque, va hacia el toro
y… ¡duro y á la cabeza!
fué cogido por el bicho,
y lanzado con tal fuerza
que, lo mismo que un gimnasta
dio por el aire tres vueltas,
cayendo como una rana
del circo sobre la arena.
Descompuesto y aturdido
se levanta con presteza,
coje los trastos del suelo,
se dirige hacia la fiera,
y, al perfilarse temblando,
volvió al punto la cabeza
para decir al maestro
con voz perceptible apenas:
«Adiós, zeñó Rafaé;
¿quiere usté argo pa su abuela?,,
E. LASO Y BAÑARES